20 ago 2014

Oscuro objeto del deseo - Un cuento de bibliotecarios

Por: Isabel Garin



Juan abre la puerta, enciende la luz, porque es temprano y todavía está oscuro, y el depósito se ilumina. El depósito es grande y está lleno desde el suelo hasta el techo de estantes llenos de revistas y libros.  Juan se queda un  momento mirándolo desde la  puerta como si fuera la primera vez que lo ve: desde ahí  los anaqueles parecen un ejercicio de dibujo, de perspectivas,  de líneas en fuga, y  a él le gusta mucho observarlo así. Inspira y siente el olor,  que  huele a papel encerrado, a aire quieto,  un olor que se instalaría persistente  si él  no se ocupara de abrir las ventanas y dejar que cambiara ese aire. Esta es una de  las tareas que le encomendaron no más llegar a la biblioteca: mantener el depósito limpio, ventilado y  ordenado. Juan, que  sabe que a él le cuesta más que a los demás entender lo que se le dice,  escuchó  con toda su atención las indicaciones que le daba   Gloria, la  jefa de la biblioteca, que lo ha tomado bajo su cuidado personal, lo ha recomendado a cada uno pidiéndole que lo ayuden y lo consideren especialmente,  y se esmera con el más que con nadie porque es hijo de una amiga. 

El depósito es un oscuro objeto del deseo. Así le dijo Gloria, que es irónica y cinéfila,  la  primera vez que lo llevó a conocerlo y ver qué y cómo se guarda, sin que Juan entendiera qué significaba “oscuro objeto del deseo” aunque por  la resonancia de la palabra “objeto” le pareció que podría ser algo de forma cúbica y materia dura y pesada.  Decidió esperar a entender sin preguntar nada más.  Mientras, Gloria le contó que el lugar fue un hallazgo de su antecesora, que lo localizó oscuro y cerrado desde hacía mucho en este edificio tan grande y con zonas olvidadas, perdidas en el abandono, sin uso alguno. La antecesora lo solicitó a las autoridades y lo obtuvo, lo limpió y lo acondicionó, y cuando ya estaba limpio y utilizable se despertaron sordas batallas por él, un deseo de posesión  que estaba atado y que entonces se desató con furia.  Hasta hubo toda una guerra que duró tres años. 

Es que  habían aparecido viejos títulos de propiedad esgrimidos por oficinas que argumentaban que el espacio estaba destinado a algún fin cuyo gestor se había jubilado hacía una década y de cuyas intenciones no había quedado ni  un plano ni una firma ni un papel de verdulería. Juan dedujo aquí que el deseo sería oscuro porque no tenían  cómo reclamarlo con claridad. La diplomacia de la institución jugó cartas  a favor y en contra, según las demandas que resucitaban después de tanto tiempo adormecidas. A la encarnizada Guerra de los Tres Años la ganó la biblioteca, reafirmando de esa manera sus títulos porque no hay biblioteca que se precie que no haya tenido que  batallar por un depósito y se lo  haya ganado a puro esfuerzo.

– ¿Entendés? –  se había querido asegurar Gloria.

Ella, Gloria,  lo había heredado como se heredan las joyas del reino, le dijo con una sonrisa cómplice, y  ha mantenido la victoria mucho tiempo, tanto que tendría que hacer memoria desde cuándo se guardan materiales ahí. Mientras, el depósito se fue llenando de la vida bibliográfica…

– ¿Hay una vida bibliográfica? –  se había asombrado Juan.  

 …que nace en los expedientes de compra y se reproduce entre los canjes y las donaciones, y que luego vive y se desarrolla en los estantes de acceso abierto de la biblioteca,  y más tarde se corre y deja su lugar a los materiales recién nacidos. Los libros y revistas ya madurados en la biblioteca perduran después en este depósito, le señaló,  por el sentido que les da ser partes de colecciones. ¿Entendía?

Y que el depósito sigue siendo un objeto de deseo, ilustró Gloria, lo demuestra que no pasa año en que no haya que parar algún avance,  peligrosas indirectas, susurros a medias solicitud, a medias exigencia, para que la biblioteca lo mude a algún lugar inespecífico y ceda el espacio, que está en la planta baja y es de muchos metros cuadrados y con ventanas a un patio interno que le dan buena luz y aireación.

– ¡Jamás! – le enseña Gloria, con el índice en alto.

Jamás. Como el oscuro deseo siempre existe, la biblioteca está siempre en guardia. Y más ahora, que cambió la gestión y no se sabe bien con qué se puede venir…No se sabe porque la reciente gestión  no ha convocado a Gloria ni para conocerla y ella ya ha pedido tres veces una entrevista a las nuevas autoridades, sin resultado hasta ahora. Además se rumorea que existen planes de reformas edilicias, de cesiones de espacios,  de  extrañas concesiones y de cambios en la institución que tienen en alerta a todo el mundo. Ojos bien abiertos, le dice Gloria a todos los de la biblioteca y también a Juan. A Juan se lo dice con una expresión amable, que no le exige como al resto.

Así instruido, Juan ha tomado muy seriamente su trabajo porque es el cuidador de  mucha vida guardada. Le gusta llegar cada mañana y encontrar el depósito  como está, cerrado,  porque le agrada hacer algo por él, como abrir las ventanas y dejar que el aire lo limpie.  Mientras se ventila él guarda concentradamente, con un esfuerzo que le arruga el entrecejo, los materiales que pidieron en la sala el día anterior de la forma que Gloria le enseñó y que él  pudo aprender gracias a su propia  perseverancia.

Hoy, Juan acaba de abrir el depósito y apenas ha terminado de admirar otra vez las líneas en fuga, cuando dos hombres llegan detrás de él.  Es temprano,  a Juan le parece extraño que un lector aparezca por  sí mismo a buscar materiales en el depósito,  y queda expectante. Uno de los hombres, que es alto y emana una autoridad que lo inhibe,  extiende una mano para saludarlo y se presenta, pero Juan no entiende quién es porque se ha descolocado por esta situación fuera de lo habitual. 

El hombre que emana autoridad escruta su rostro y su aspecto con  curiosidad bien contenida y luego, elegante, se encoge de hombros y se desentiende de él; a continuación introduce al  hombre que lo acompaña, el que deja una  carpeta sobre un estante, saca un metro de su portafolios y empieza a medir de acá para allá y de allá para acá, y de arriba abajo, y a tomar notas en su tableta. Juan duda entre avisar  a la biblioteca, que está un piso más arriba, de esta visita fuera de lo habitual, o quedarse. Decide quedarse,  porque no puede abandonar la vida bibliográfica del depósito a merced de estos extraños. Abre las ventanas, observa lo que hay para guardar, hace como que ordena,  pero vigila muy atento.

Mientras espera que el hombre del metro termine su trabajo, el hombre de autoridad se pasea ida y vuelta con las manos en el bolsillo, curioseando los lomos de los libros,  y en uno de los pasillos, allá en la otra punta, ve a Juan que parece guardar revistas. No le dice nada ni le hace ningún gesto de reconocimiento, parece que no lo viera o que Juan no existiera. Luego,  conversa con el hombre que mide.  

Juan no puede entender la animada conversación que están manteniendo los dos pero siente disgusto oyéndolos y una sospecha muy grande. Gloria no le ha avisado que irían unos hombres a tomar medidas. ¿O sí le avisó? No puede recordarlo y se inquieta. ¿Él tenía que hacer algo y no entendió qué?  Se inquieta más todavía, porque siempre le cuesta entender. ¿Y para qué miden? ¿Quién es el hombre que ni lo mira? Juan se incomoda ahora: no se atrevió a repreguntarle quién era para entrar así al depósito. Se propone entonces averiguarlo por su cuenta. Juan siempre averigua muchas cosas por su cuenta.

Después de unos minutos el que mide dice que ya está,  y él y el otro  se aprontan para retirarse mientras hacen los últimos comentarios. Desde donde Juan está escucha un “buenos días” que le darán a él porque no hay  nadie más en el depósito. Se los han dado sin verle la cara y Juan contesta el saludo  también sin asomarse;  piensa que mejor que se hayan ido pronto porque esa visita no le gustó nada de nada  y se asoma a la puerta para verlos desde atrás, cuando se van, y  asegurarse que se hayan ido. En cuanto llegue Gloria la pondrá al tanto.

Cuando vuelve a los estantes descubre que en el primero hay algo que no estaba ahí antes. Se acerca a ver y encuentra que es la carpeta que el hombre que medía apoyó en el estante antes de trabajar. La carpeta olvidada le palpita en las manos, intuye que también ella tiene su vida. Podría averiguar quiénes eran los dos que llegaron tan temprano, cuando él está solo, y averiguar qué querían, supone. Está muy tentado de abrirla, aunque todavía se contiene. Se contiene un ratito más, y al fin se deja vencer por la sospecha y abre la carpeta.  Hay papeles con dibujos, planos, fotos del frente del edificio y fotos del patio interno. 

Hay notas firmadas por el nuevo director. También hay, en otro papel grueso y transparente, el logotipo de una cafetería muy conocida adonde a veces la familia o los amigos lo llevan a él. Y acá está un croquis de…Juan lo mira de un lado, lo mira del otro, buscando perspectivas porque le resulta conocido. Lo levanta para verlo derecho y se para en la puerta: mira la misma puerta en el dibujo y enfrente tres ventanas dibujadas, las mismas ventanas de verdad que se asoman luminosas entre los pasillos. También hay cuentas de metros cuadrados y metros lineales.

El plano es del depósito, deduce, por eso vinieron a medir. La deducción lo estremece: ahora sí que entiende que  el depósito sea un objeto de deseo y  que ese deseo es oscuro. El papel le tiembla en las manos. ¿El lugar del depósito se va a convertir en esa confitería que conoce? ¿Y toda la vida que hay, adónde irá? Juan se agarra la cabeza y recuerda: ¡jamás!

Al instante, se ilumina: da media vuelta y corre a la biblioteca, sube por la escalera  saltando los escalones de dos en dos,  entra como una tromba y se para frente a la fotocopiadora.  Está muy nervioso y muy apurado, pero a él le enseñaron a hacer fotocopias así que va a copiar lo que hay en la carpeta y después se lo va a dar a Gloria. 

Se apura todo lo que puede, está entregado por completo a hacerlas rápido, algunas le salen movidas y debe repetirlas, pero termina. Corre de vuelta al depósito, tropieza, se desliza por la escalera, y llega con el último aliento a ubicar la carpeta donde la encontró. No ha terminado de hacerlo y está jadeante  cuando el hombre que medía se asoma por la puerta:

– ¡Hola! – saluda –  ¿Me olvidé una carpeta acá? – pregunta, simpático, con tono de hablar a la salita verde de un jardín de infantes.

Juan se encoge de hombros y hace que revisa: ah, sí, acá hay una carpeta.

–Gracias, querido – le acepta, con una palmadita en la mejilla  – Chau.

Juan aprieta sus fotocopias. Ya no falta para que llegue Gloria.  Está seguro que la guerra va a recomenzar.




http://sembrandoelviento.blogspot.com.ar/2014/07/oscuro-objeto-del-deseo-un-cuento-de.html

1 comentario :

Anónimo dijo...

ah, los depositos de las bibliotecas, se podrian escribir novelas enteras sobre ellos! tambuien es cierto que con frecuencia se cree que sobran, que solo guardan cosas viejas y que se puede sacar el lugar y destinarlo a otra cosa; me gusta que en el cuento sea un chico algo tonto el que lo advierte y reacciona.
Maria Emilia Olazabal

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